viernes, 5 de junio de 2009

AQUELLA NOCHE...

Muchas veces trato de recordar cosas, sobre todo de mi infancia, para entender por qué hoy soy lo que soy.

Quiero compartir uno de los recuerdos imborrables que tengo y que me han marcado para la eternidad, entre algunos otros que no son muchos.

No recuerdo exactamente si tenía 6, 7 u 8 años, lo que sí recuerdo es que estábamos vacacionando con toda la familia en Piriápolis, un mes de enero.

Mi papá me preguntó una tarde: "Albertito, vamos al Estadio a ver a Peñarol esta noche?? Juega por la liguilla contra Progreso...", "Sí viejo, vamos", le contesté.

Arrancamos antes del atardecer con el Falcon de mi papá y agarramos esa hermosa Interbalnearia rumbo a la mágica Montevideo, los dos solos. Era una tarde espectacular, de esas que abundan en enero en Uruguay, hacía calor pero estába bárbaro, ni una nube y un sol gigante allá arriba. En el camino íbamos escuchando obviamente la previa en la radio, Oriental, como casi siempre.

Hay una cosa -una sensación- que, por lo menos para mí, es muy difícil de explicar, que es entrar a Montevideo a la tarde en verano, pero por la Rambla, no por Avenida Italia (que también tiene lo suyo ojo). Así entramos. No hay cosa más hermosa que recorrer la rambla de Montevideo con el sol cayendo sobre el Río de la Plata o por detrás de los edificios, es alucinante.

Íbamos entrando por ahí, y en la radio sonaba el jingle de Coca Cola de aquellos tiempos que decía: "Somos el mañana del mundo, de mi nació la esperanza...", la canción -hermosa, creada por esos tiempos en ocasión del Mundialito que se jugó en Montevideo y que ganó Uruguay- "Uruguay, te queremos" y las marchas de los equipos de fondo y la voz del locutor, con frases como "Que buena está la Canarias....", entre otras. Y el sol seguía cayendo y el atardecer sobre Montevideo era una postal increíble, sumada a la emoción de estar llegando al Estadio Centenario, toda una aventura para mí, porque vivía escuchando por radio todo lo que sucedía allí, pero solo lo había visitado una vez, en otras vacaciones, esta vez en Montevideo, un par de años antes, un domingo en el que fuimos con papá a ver también a Peñarol (contra Bella Vista, el cuadro de Don Carlos) en TROLLEYBUS, por el amor de Dios, en trolley fuimos aquella vez! Como extraño todo aquello.

LLegamos al Parque Battle (o Parque de los Aliados), estacionamos el auto y mi papá me dice. "Vení, vamos a comer algo antes de entrar al Estadio", fuimos al bolichón que está en la esquina de Avenida Italia y Avenida Centenario, que no recuerdo como se llamaba en aquella época, pero sí recuerdo que tenía la fisonomía y caracteríticas tradicionales de casi todos los bares montevideanos, otra cosa que extraño mucho, aunque aún puede encontrarse buscando un poco. Comimos unas pizzettas, yo me tomé una Coca y el viejo una Pilsen. Mientras comíamos pasaban por la puerta los hinchas carboneros que iban para el Estadio, los que entraban por Ricaldoni y se internaban en el Parque, con sus camisetas, banderas, gorros.

Terminamos y arrancamos para el Estadio. Sacamos Tribuna América (en mi primer visita al Centenario habíamos ido a la Amsterdam). Ya era de noche. Los altoparlantes del Centenario anunciaban los equipos y pasaban avisos. Enfrente, en la Olímpica, estaba la Torre de los Homenajes, símbolo del Estadio Centenario, me quedé mirándola muchos minutos. A mi derecha, la Amsterdam, colmada de hinchas de Peñarol, al igual que en la Olímpica y en la América, donde estábamos nosotros. Allí observé por primera vez (en la anterior era muy chico) los almohadones, que el 90% de los hinchas llevaba radio, los equipos de mate, gente tomando cerveza sin ponerse violenta y fundamentalmente la EDUCACION del Pueblo futbolero uruguayo en un estadio de fútbol. Pasaban los vendedores de Conaprole, mi papá me compró un Sandwich Helado, toda una novedad para mí, y después una Coca (de botellita, te la abren ahí, tiene gas, no te estafan como acá que es agua con jarabe y puro hielo). Miraba para arriba, atrás mío, y estaban las cabinas de transmisión del Estadio Centenario, llenas de esos personajes muy particulares que son los periodistas deportivos uruguayos. A mi izquierda, la Colombes, vacía, pero sobre ella el famoso PLACARD, ese que cuando escuchaba la radio nombraba el relator diciendo "...y que indica el Placard???".

El partido terminó 2 a 2, en ese momento poco me importaba, a pesar de tener ya en aquellos tiempos un cariño muy especial por el Club Atlético Peñarol, heredado de mi viejo y que aún conservo.

Emprendimos el retorno a Piriápolis, mucho sobre esto no puedo decir, porque creo que me dormí en el camino, si recuerdo que obviamente volvimos escuchando la radio, el comentario final, el partido en 12 minutos, el eterno Gauchito del Talud y el cierre de la transmisión.

Lo que viví aquella noche, constituye uno de los recuerdos más lindos que tengo de mi infancia, me marcó para siempre, por el simple hecho de compartirla mano a mano con mi papá y porque esa noche, estoy seguro, me terminé de ENAMORAR (literalmente) de la República Oriental del Uruguay y de sus tradiciones más sagradas, como sin dudas lo es el fútbol.

Saludos.

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